...recuerdos de aquel niño que leía los libros de Gil Pérez en el viejo sillón de La Vega, aquellos recortes amarillos en el armario, aquellas tardes en la fría piedra del estadio, aquellos sueños, pensamientos y deseos que tuve desde aquella grada que fue mía, DESDE MI GRADA VIEJA...

sábado, 21 de enero de 2012

DUQUE, Interior derecha nº8

En ocasiones se sorprendía todavía de que no le resultara demasiado complicado cerrar los ojos y mantener la capacidad, aún hoy, de recordarlo todo igual que lo había dejado.
Sin mucho esfuerzo podría –se apostaba algunas veces- recordar el orden en el que descansaban aquellos libros en la estantería del salón de la planta baja; incluso podría –pensaba también- imaginarse caminando a ojos cerrados y recordar los pasos que le acercaban a cada una de las puertas de las habitaciones; tres a la de sus padres, dos a la suya, aquella que compartió con la pequeña Elisa; cuatro pasos hasta el baño, seis a la izquierda hacia la cocina e incluso poder todavía notar el tacto de aquella pared rugosa que parecía hoy rozarle los dedos con el viejo gotelé que aún sobreviviría al paso del tiempo y tanto tiempo después, sería capaz, sin duda alguna, incluso de poder ver y contar; con sus correspondientes coordenadas cual era la baldosa que bailaba a sus pies, en aquel cuarto de suelo verde del desván donde finaliza la historia.

Cuando uno ha amado tanto un lugar – hablaba solo a veces- la memoria absorbe detalles, hasta el punto de parecer que aún con el paso de los años si cerramos los ojos, no han cambiado un ápice.

Aquella mañana, sentado en su despacho y después de hacer más de veinte años que no pisaba aquella casa; le vino a la memoria la primera vez que subió aquellas escaleras.
Nunca fue excesivamente miedoso, pero aquel video de “Thriller” visto por error con apenas seis años, le hizo ver monstruos en la noche durante una larga temporada de aquella época.
Pero la curiosidad de aquel niño pudo con la oscuridad y el miedo, y rememorando aquel libro que su madre le leyó tantas veces de pequeño en el que los monstruos del bosque por la noche, se convertían sólo en árboles retorcidos por la mañana; se decidió, y sigiloso, abrió la puerta y sin luz, pues no la alcanzaba, subió una a una las escaleras de madera de aquel viejo desván que en ocasiones había imaginado; con la cara inocente de aquel que sabe que está incumpliendo esa ley no escrita, del “ no se suben las escaleras solo”.

Una llamada de teléfono le recordó que estaba trabajando y temió, mientras hablaba, no poder retomar aquellas sensaciones del pasado cuando colgara el auricular.
Pero no era posible, aquella experiencia sobre lo desconocido en su niñez, había vuelto con tal fuerza que no le abandonaría en toda la mañana.

Cuando completó las escaleras, se encontró con un espacio diáfano en el que los halos de luz que se filtraban por el techo de madera hacían de teas encendidas en la oscuridad polvorienta en que se sumía aquella estancia.
No sintió miedo, y se adentró entre las cajas viejas y recuerdos de otros, que parecían haber dormido allí unas cuantas décadas.

Semanas después, en una de aquellas visitas que a escondidas realizó a aquel anticuario tan particular y cuando entró en aquel pequeño cuarto que se abría al fondo del desván y que servía para apilar muebles viejos de madera sobre un suelo azulejado en verde esmeralda; encontró el que sería su tesoro escondido y que no había olvidado.
Aquel día, cuando sigiloso recorrió el oscuro sobrado con el latido de su corazón como banda sonora de un silencio inmaculado; se dio cuenta de que bajo sus pies bailaba uno de los baldosines de aquel cuarto verde y aunque tardó semanas en pensar en levantarlo, el tiempo le dio para pensar e imaginar, que siempre alguien esconde cosas bajo los ladrillos que se mueven, o al menos eso nos enseñan las películas –se decía- creyendo poseer así el lugar mas seguro del mundo o bien como decía el pensador  “los ladrillos son el cofre del corazón de los humildes…”

El día que se decidió se armó con una pinza de madera que ocultó en su sudadera y a modo de palanca, arrodillado y sin hacer ruido, lo levantó esperando encontrar, ¿qué se yo? –murmuraba- billetes, monedas, un mapa de piratas como aquel de los Goonies…tantas cosas que había imaginado durante el tiempo en que pensó con su inocencia de niño, que sí, que tenía que haber algo debajo…
pero encontró algo mejor; algo que rescató de su memoria durante muchas veces en los veinte años que hacía que no lo veía.
Envuelto con mimo en un papel sedoso casi transparente había un cromo, un cromo de la Unión Deportiva Salamanca: DUQUE, Interior derecha nº8 se leía bajo el dibujo del jugador, estaba despegado y su dorso era blanco. Tapó el hueco dejado por el azulejo, cogió el cromo y bajó las escaleras golpeado por lo que había encontrado.

En el tiempo, varios años, en los que conservó el cromo entre sus cosas de fútbol en forma de tesoro; lo miró muchas veces y le invadieron muchas dudas a cerca del origen y vida del mismo.
Supo que Duque jugó en la UDS en 1941 y que aquella casa ya existía poco después de la guerra, nunca supo quién vivió allí antes, ni por qué ese cromo y quién lo colocó allí; lo que si le parecía cierto –se aseguraba a sí mismo en ocasiones- es que quien lo escondió lo hizo para guardarlo con el cariño que se esconden las cosas que se quieren, como se esconde lo que para uno puede llegar a ser incluso, un pequeño tesoro de papel.

Hace veinte años cuando supo que no volvería a pisar aquella casa, cuando los caprichos del destino hicieron que su familia tuviera que marcharse de aquellas tierras que le vieron crecer; volvió para despedirse del que había sido su escondite de recuerdos, su paraíso de periódicos viejos y recortes de un pasado que no le pertenecieron.
Subió las escaleras y se acercó por última vez al cuarto de los muebles apilados, se arrodilló y levantando el baldosín que tantas veces veló sus pensamientos de noche; y con un beso; dejó a DUQUE, interior derecha; aquel cromo del 41; en el mismo sitio donde lo había encontrado unos años antes, como esperando devolvérselo al que le perteneció en un principio, con la inocente intención de que otro alguien, ¿quizá otro niño?, en otro momento y en el mismo lugar encontrara, en ese corazón de los humildes en forma de losa verde esmeralda un trocito de la Unión, y aquel pequeño tesoro de papel.
Renglones bajo una luz. 2012.


Nota: Desde que en 1941 la Editorial Bruguera y la Editorial Valenciana publicaran una serie de álbumes con los principales jugadores de los equipos de primera y segunda división de los que formaron parte los de la U.D.Salamanca (Duque incluido), han sido muchas las colecciones que han mostrado a nuestros jugadores a lo largo de la historia.
Sirva este post como introducción a una serie de entradas que se alternaran con las habituales en las que mostraré colecciones completas de cromos u otras publicaciones sobre nuestra UDS; como pequeño homenaje a todos aquellos jugadores que tuvieron cromo y son inmortales para la historia grafica de la Unión y su coleccionismo.
(Las imágenes de los cromos proceden en su mayoría de Internet, extraídas de fac-símiles publicados por algunas editoriales y rescatados de foros de Internet, de miniaturas de cromos obtenidas de páginas de coleccionismo y algunos de mi modesta serie personal; hechas con la única intención de seguir ensalzando nuestra historia; la de nuestra Unión, muchas veces olvidada.)

2 comentarios:

  1. Te felicito por el gran sentimiento que posees, y no solo unionista. Cuídalo mucho, pues es un tesoro en estos lúgubres tiempos.

    Y Hala Unión!

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  2. Muchas gracias anónimo. Agradezco de verdad tu comentario. Un saludo.
    Ángel.

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